Hace ya unos días que podemos ir sin mascarilla en unos determinados supuestos. Si no hay aglomeraciones, solo en exterior… Mientras que, con los contagios al alza en ciertos sectores de la población, mucha gente celebra esta medida, otros muchos, más precavidos, siguen portando la mascarilla en la vía pública. Además de los evidentes riesgos sanitarios, también puede haber un coste psicológico en dejar de llevar la mascarilla.
Para hablar sobre esto último, en Público han entrevistado a nuestra directora, Elisa Sánchez.
La psicóloga Elisa Sánchez, profesora de la Universidad a Distancia de Madrid, define la mascarilla como una «barrera de protección», un lugar desde el que poder «no sonreír si no quieres o ir hablando sólo por la calle si te apetece». En definitiva, la gasa, además de prevenir contagios, nos ofrecía también la posibilidad de un cierto ocultamiento, un anonimato parcial que disfrazaba de misterio lo que no eran más que complejos.
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Y si la mascarilla supuso el gesto externo más evidente de que nos adentrábamos en la pandemia, su retirada evidencia hasta qué punto rozamos su fin. Algo que, en palabras de la profesora Sánchez, hace que «mucha gente sienta una expectativa alta de volver a la normalidad, de dejar atrás la pesadilla, de tener un poco de esperanza después de haber pasado por una situación dramática».
Quizá ahí esté la clave. Pese a los miedos sobrevenidos, pese a la sensación de desprotección o el temor a mostrar una piñata poco agraciada, conviene quedarse con un simple gesto que es, en cierto modo, el augurio de un tiempo mejor.
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