Ser perfeccionista es una buena cualidad. Prestar atención a los detalles, no conformarse con un trabajo correctamente hecho y buscar la excelencia no parece algo malo. Pero, evidentemente, somos humanos. No podemos hacer todo bien siempre. Es imposible. Por eso, ser demasiado perfeccionista deja de ser algo positivo para convertirse en algo que va en nuestra contra.
Para una rama de la psicología, las personas que se esfuerzan demasiado por entregar un trabajo perfecto no suelen cumplir con sus propias expectativas. Su producto no es suficientemente bueno para ellas y las fechas de entrega les producen una ansiedad superior que a las personas que son conscientes de que la perfección no existe y que las tareas diarias tienen que ser solucionadas en su plazo. Así, lo que podría resultar una cualidad muy positiva (buscar hacer bien tu trabajo) se convierte en algo negativo (no eres todo lo productivo que deberías porque estás superado por las expectativas).
En El País Retina han entrevistado a Elisa Sánchez, directora de Idein, para hablar sobre este fenómeno.
Uno de los motivos para esta falta de productividad es que insistir en mejorar algo puede llevar a los trabajadores a estancarse. De hecho, la procrastinación es otro de los daños colaterales que puede traer el perfeccionismo. Los empleados minuciosos suelen tender a posponer las cosas. Según la psicóloga laboral Elisa Sánchez, “la parálisis es habitual cuando las metas propuestas no son razonables”.
Por eso, es más recomendable dejar varias tareas al 80% que centrarse en terminar una al 100%. La percepción de los trabajadores es muy distinta cuando sienten que tienen tres tareas bien hechas que cuando tienen una perfecta y dos sin empezar. En ese caso, aumenta su nivel de estrés y tienen la sensación de estar más al límite.
Puedes leer el artículo completo de M. Victoria S. Nadal en El País Retina pinchando en este enlace.