En la vida no todas nuestras experiencias son triunfantes. A veces, muchas más de las que puede parecer, se pierde. Y aprender a perder, asumirlo con elegancia y convertir esa derrota en un aprendizaje es básico para nuestro día a día. Pero, ya sea en un juego de mesa, en la videoconsola, en una pachanga con amigos, o en algo más importante, como una cuestión laboral, perder es difícil de asumir.
Para aprender cómo se pueden sacar consecuencias positivas de una derrota, en El Correo han entrevistado a la directora de Idein, Elisa Sánchez.
«Algunos en sí no son negativos, pero, cuando se juntan con otros en un cóctel, dan como resultado la condición de mal perdedor. Suele tratarse de personas orientadas a los logros, al resultado, y esto no es malo hasta que se suma la falta de tolerancia a la frustración. Muchas veces son personas que necesitan valoración externa: dependen del refuerzo de los demás, de que otros les digan que lo están haciendo bien o que son buenos. Su identidad se basa en lo que tienen o lo que consiguen, está supeditada al rol que han conseguido desempeñar. Si yo soy la campeona de España de mus y me identifico de manera exagerada con ese rol, al perderlo estaré perdiendo también parte de mi identidad. La cuestión no es ya que haya otra persona que juega mejor al mus que yo, sino que eso me convierte en una perdedora a ojos de los demás», analiza la psicóloga Elisa Sánchez, directora de la consultora Idein.
El mal perdedor quizá tenga parte de la materia prima que se espera de un líder, como la ambición y la competitividad. Aquí se puede recordar lo que respondió Winston Churchill cuando le preguntaron si Charles de Gaulle era un gran hombre: «¿Un gran hombre? Es arrogante, un egoísta, se cree el centro del universo. Sí, es un gran hombre». El problema es llevar al extremo lo que significan la victoria y la derrota y convertirlas en rasgos de carácter: se traza una frontera y uno queda como un triunfador o como un fracasado. «Recordemos cómo, en aquel programa de televisión que tenía, Trump se dedicaba a despedir a la gente. Es prepotente, competitivo en el sentido de que lo importante es que el otro pierda», añade Sánchez.
Puedes leer el artículo completo de Carlos Benito en El Correo pinchando en este enlace.