Todos sabemos que la adolescencia no es una etapa fácil, ni para los propios adolescentes ni para los que conviven con ellos y tienen que educarlos y ponerlos limites.
Entendemos la adolescencia como el periodo que transcurre entre los 10 y los 18 años, durante los cuales los adolescentes viven un periodo de grandes cambios no solo a nivel físico, sino también psicológico y social. Todos estos cambios hacen de esta etapa un periodo de transición significativo en el que las emociones y los estados de animo pueden llegar a ser una autentica montaña rusa.
Quien convive con un adolescente sabe que los conflictos por cualquier pequeña diferencia pueden llegar a ser habituales, con el consiguiente malestar que genera en el clima general del hogar. Los conflictos más habituales suelen estar relacionados con el desorden de su habitación (81´8%), las notas (76´9%) y las peleas con los hermanos (73´9%) tal y como indican las conclusiones del estudio “Las Familias de Madrid ante la adolescencia y su educación. Cómo mejorar la convivencia y prevenir el acoso escolar y otras formas de violencia” (2018) de Blanca de la Cierva y Mª José Díaz Aguado, Catedrática de Psicología de la Educación de la Universidad Complutense.
La mitad de los adultos indica que tiene «muchos problemas para controlar a su hijo» y un 63,5% de las familias son partidarias de «a veces pegar una bofetada para que aprendan«, antes situaciones «críticas» demostrando así que existe cierto desconocimiento en la resolución alternativa de estos conflictos. Sin embargo, en este mismo estudio encontramos que el 54´6% de los padres y el 36´3 % de los adolescentes son partidarios de resolver los conflictos familiares entre todos, «tratando de llegar al mejor acuerdo posible».
Sin querer ser pesimista, se avecinan días convulsos. Nuestra sociedad se va a enfrentar a una situación compleja y desconocida en la que se nos pide que no salgamos de casa. Si ya de por sí este aislamiento puede ser difícil de sobrellevar para los adultos, imaginemos cómo puede llegar a afectar a los adolescentes, para los que en esta etapa la diferenciación con los padres es parte importante para la construcción de su personalidad y sus amigos y las relaciones con ellos son su mayor prioridad. Si bien es cierto que en la actualidad contamos con multitud de herramientas para seguir conectados con el exterior y nuestros amigos (como la televisión, internet y las redes sociales) el día a día de todos dentro de casa y sin posibilidad de salir puede convertirse en una ‘zona de guerra’ en cuestión de días.Ni que decir tiene que vamos a tener que armarnos de una dosis extra de paciencia, comprensión y estrategias alternativas para la resolución de conflictos para no terminar como ‘el rosario de la Aurora’.
1. Ante todo, calma
Los conflictos son inevitables. Lo sabemos, los sufrimos, los solucionamos. Pero no conseguiremos gestionarlos de forma adecuada si tratamos de hacerlo en plena escalada o estallido, entre gritos y reproches. Cuando el enfado está en su punto más alto no somos capaces de pensar de forma clara y nos dejamos llevar por las emociones que nos hacen dañar al otro y querer ganar por encima de todo. Para gestionar de forma adecuada el conflicto será necesario verlo con cierta distancia, desde un momento sereno y reflexionar sobre él.
Estrategia: Antes de comenzar a gritar, a faltar al respeto, a exigir obediencia con los “¡porque lo digo yo!”, es mejor parar. Respirad, buscad un lugar de la casa en el que poder estar a solas y distraerse con otras actividades (ver la tele, una serie, jugar a la videoconsola, etc.). Transcurrido un tiempo, que dependerá de cada uno, del origen del conflicto, del nivel de conflicto al que se haya llegado podremos plantearnos gestionar el conflicto de una forma constructiva.
2. Primero, escucha
Cuando estamos inmersos en una discusión, lo que primero solemos hacer es dejar de escuchar. Tal vez oímos, pero solo con intención de contestar para contraatacar con nuestros argumentos, incluso interrumpiendo y no dejando acabar al otro.
Pero, realmente, la única manera de poder llegar a solucionar un conflicto es escuchando lo que la otra persona está diciendo para que después pueda escuchar lo que nosotros tenemos que decir.
Además, para bajar el nivel de enfado del otro no hay nada mejor que hacerle sentirse escuchado, dejarle hablar y desahogarse, escuchar sus argumentos y la razón de los mismos. Cuando las personas se sienten escuchadas, se sienten comprendidas y más abiertas a un diálogo constructivo. En el caso de los adolescentes, cuando se sienten validados en sus emociones y comprendidos en sus necesidades conseguiremos aumentar su autoestima y se mostrarán más abiertos al diálogo.
Estrategia: Practica la escucha activa. Escucha atento, mostrando interés, asintiendo, preguntando para confirmar que has entendido bien, muestra cercanía.
3. Asertividad para ser escuchado
Una vez hayamos terminado de escuchar lo que el otro tiene que decirnos, es nuestro turno. Pero debemos hacerlo sin culpabilizar al otro, sin recriminar ni faltar al respeto, sin tener en cuenta todo lo que acabamos de escuchar.
Es importante plantear nuestro punto de vista desde nosotros y lo que pensamos o creemos, sin suponer que solo nosotros tenemos la razón o la verdad absoluta.
Estrategia: Utiliza la comunicación asertiva: Describe la situación, explica lo que tú piensas y lo que tú sientes. Finalmente, describe el cambio o comportamiento que te haría sentir mejor. Es importante que cuando hagamos esto lo llevemos a cabo con un tono de voz firme pero calmado, mostrando cercanía y tranquilidad, siendo muy concretos en la situación que estamos describiendo y detallando lo más concretamente posible el comportamiento que nos haría sentir mejor.
4. Lluvia de ideas
Una vez hemos escuchado y sido escuchados es momento de centrarse en el futuro, para lo que necesitaremos encontrar la mejor solución al conflicto que estamos teniendo. Para ello, es beneficioso que todas las partes sientan escuchadas en este momento y que forman parte activa de la solución.
Estrategia: Escribir en un papel o cartulina todas las ideas que se nos ocurran, por absurdas que puedan llegar a parecer, para poder solucionar el problema. Una vez hayamos terminado, podemos clasificarlas o desechar las que parezcan menos viables.
5. Filtrar y seleccionar
Una vez hemos escuchado y sido escuchados es momento de centrarse en el futuro, para lo que necesitaremos encontrar la solución más beneficiosa para todos. Tendremos que analizar una a una las soluciones planteadas, escuchando las razones por las que se han planteado y argumentando a favor o en contra de dicha solución.
Estrategia: Por turnos, la persona que haya planteado la posible solución expone los argumentos para la misma. Una vez terminada dicha exposición, la otra parte tendrá la oportunidad de contraargumentar si no está de acuerdo. Podemos plantear 1 o 2 rondas más de argumentación para terminar acordando si esta solución puede ser viable o no. Lo adecuado es finalizar este paso con un máximo de tres posibles soluciones.
6. Buscar la solución más beneficiosa
Llegados hasta aquí, puede ser difícil conseguir una sola solución al problema o que todas las partes en conflicto estén plenamente convencidas de que la solución planteada es la más beneficiosa para todas las partes. Por eso es importante ‘poner a prueba’ cada una de estas ideas planteadas que hemos filtrado hasta aquí.
Estrategia: Plantear todas las situaciones en las se va a necesitar aplicar la solución que estamos analizando. Cuanto más detalladamente, mejor. Desarrollar todos los posibles inconvenientes que puedan aparecer y detallar si son afrontables o van a suponer nuevos conflictos. La solución que menos inconvenientes aporte será la más beneficiosa para todos.
7. Compromiso con la solución elegida
Una vez tenemos una solución que todas las partes consideramos como más adecuada, las partes deben comprometerse a llevarla a cabo. Para ello es importante que todas las partes en conflicto estén convencidas de que ésta y no otra, es la mejor solución posible.
Estrategia: Puede ser una buena idea dejar este compromiso por escrito, planteando no solo la solución, sino también las situaciones en las que se va a desarrollar e incluso establecer un periodo de ‘prueba y evaluación’. También es adecuado establecer qué acciones podemos llevar a cabo si transcurrido ese tiempo la solución no ha tenido los resultados esperables.
8. Celebra el acuerdo
Llegar hasta aquí supone un gran trabajo y esfuerzo. Al comienzo de la discusión parecía muy difícil o casi imposible mantener la calma, dialogar y llegar a una solución. Celebradlo. Se ha conseguido algo difícil pero muy beneficioso y nos merecemos un premio.
Estrategia: La celebración puede ser solo verbal, agradeciendo y valorando el esfuerzo realizado por todos o llevando a cabo alguna actividad especial que sea del agrado de todos (una comida especial, una pequeña fiesta…).
9. Llevarlo a cabo
Es hora de poner en práctica nuestro acuerdo. Es posible que al principio sea difícil, puesto que llevamos mucho tiempo solucionando los problemas de otra forma y dejarnos llevar por lo conocido será más fácil. Es importante que nos mantengamos en alerta para ser conscientes de los cambios que debemos realizar en nuestra forma de actuar.
Estrategia: Si alguna de las partes olvida llevar a cabo alguna de las actuaciones planteadas recordar, de forma tranquila y calmada, el acuerdo al que se llegó y recordar de forma asertiva cuales son los compromisos que se asumieron.
10. Evaluar y reajustar
Transcurrido el tiempo establecido en el compromiso para la evaluación de la solución es hora de comprobar si ha funcionado o no, si finalmente ha sido beneficioso para todas las partes y las dificultades que se han encontrado al llevarlo a cabo.
Estrategia: Tratar de detallar las veces y situaciones en las que se ha tenido que recurrir a la solución puede ser un buen comienzo. Partiendo de esas situaciones, detallaremos tanto las cosas positivas que hemos encontrado al llevarlo a cabo como las cosas negativas, las dificultades y los errores cometidos. A partir de esto, trataremos de mejorar las actuaciones llevadas a cabo y buscaremos posibles soluciones a esas dificultades o errores. Si observamos que son más las consecuencias negativas que las positivas, podemos volver al punto 6 y tratar de encontrar alguna otra solución teniendo presente las dificultades encontradas hasta ahora.
Enseñar a nuestros adolescentes alternativas de resolución de conflictos como ésta les ayudará a mejorar su habilidades sociales no solo en casa, sino fuera de ella. Mejorará su autoestima al sentirse capaces de mantener diálogos y conseguir acuerdos ante dificultades y servirá para prevenir futuros conflictos.
Sin embargo, debemos tener en cuenta que hay conflictos en los que podemos plantearnos este tipo de estrategias y conflictos en los que no. Cuando el conflicto deriva de alguna situación en la que puede ponerse en riesgo su salud física o mental o desafía normas o limites básicos establecidos por los padres, trataremos de explicarles las razones por las que no es posible negociar y mantenerse firmes en el limite establecido.
Mónica Martín es Licenciada en Psicología y Psicóloga mediadora para Idein.